¿Cuáles son las principales brechas de desigualdad entre hombres y mujeres en el territorio y cómo impactan en el empoderamiento de las mujeres y el desarrollo sustentable urbano y territorial? Con estas dos preguntas inició su ponencia, “El territorio y la planificación” la arquitecta chilena Olga Segovia ante las y los participantes del segundo módulo del Diplomado Planificación y Gestión Urbana con enfoque de género impulsado por la Alcaldía de San Salvador y la Colectiva Feminista.
“Las ciudades son un espejo del lugar que culturalmente se nos asigna a las mujeres, a los hombres los vemos de una manera muy brutal en la guerra, instalando monumentos; las mujeres asignadas a lo pequeño, a la vida privada, en la casa”, cuestionó la arquitecta. “Existe vínculo entre las condiciones de las mujeres y su relación con la creación y el espacio que habitan en la ciudad, estos son elementos importantes a tener presente, estar consciente de ello al planificar. No puede haber un desarrollo sostenible sin un avance en la igualdad de género” aseguró.
Mejorar la vida cotidiana de las mujeres y su seguridad en las ciudades requiere muchos esfuerzos y desafíos y las arquitectas feministas han asumido el desafío de elaborar propuestas desde hace décadas. Desde los años 60 en Nueva York Yaquin Jakonsi, en su propuesta Urbanismo para la vida cotidiana, consideraba que intervenir en los espacios públicos tiene que ver con la proximidad de los servicios y no solo con la construcción de autopistas emblemáticas de la ciudad, es ver cómo se resuelve la trayectoria cotidiana para que las mujeres puedan desplazarse de un lugar a otro. Otras profesionales como la antropóloga Dolores Haineke, han cuestionado que la planificación urbana no reconoce las tareas reproductivas, mientras, en América Latina Ana Falú, Ileana Reyneros, Marisol Galmaso y Morena Herrera, están movilizando la propuesta de la Nueva Agenda Urbana feminista con el fin de alcanzar la construcción colectiva de ciudades inclusivas, sostenibles e igualitarias.
El territorio es un factor clave para profundizar las desigualdades o contribuir a reducirlas, en un barrio precario donde no hay iluminación, una adolescente embarazada que vive violencia intrafamiliar tendrá más dificultades para desplazarse a un trabajo de manera segura, a diferencia de un hombre, ejemplificó Olga, quien es Coordinadora de la Red Mujer y Hábitat de América Latina, es autora de diversos proyectos realizados en temas de desarrollo urbano y local en Chile y en Latinoamérica para la CEPAL, UNIFEM, UE, entre otros.
La arquitecta Olga refirió la falta de aceras como uno de los problemas en San Salvador pues las personas deben transitar por la calle “en una inseguridad tremenda” y suma la falta de luminarias públicas después de las seis de la tarde situación que afecta a quienes estudian o trabajan por la noche y reiteró que “las condiciones físicas del territorio son importantes para superar estas desigualdades”.
De cifras globales a la realidad de la esquina del barrio
“En una buena planificación urbana los datos no pueden considerarse en términos abstractos globales, tenemos que ver qué nos están diciendo del territorio, ir a lo más específico en tal esquina, en tal calle, en tal barrio está ocurriendo determinado fenómeno” acotó Olga quien ha sido galardonada con el Premio Arquitectura 2019 por su aporte a la academia. Las cifras globales indican tendencias, pero la realidad donde hay que intervenir está en puntos sensibles del territorio por eso es importante conocerlo, dijo de manera categórica.
Hay situaciones de la vida cotidiana que aunque dificulte su seguridad y desplazamiento, las personas han aprendido a lidiar con ello de manera individual creyendo incluso que es algo difícil de superar debido a su situación de pobreza, género o por el lugar donde vive. Pero precisamente la propuesta de la nueva agenda urbana feminista es visibilizar estas situaciones y promover acciones para la equidad y así construir ciudades seguras y accesibles para toda la ciudadanía.
Un desarrollo urbano con perspectiva de género tiene que dar cuenta a las situaciones particulares de las personas que habitan ese territorio, reflexionó. Y se refirió a un ejemplo muy concreto como es el tiempo que cada persona invierte para acceder a servicios de salud o la escuela. “La distribución del tiempo está íntimamente ligado con las distancias, si vivo cerca o lejos de un servicio de una escuela de servicio de atención en salud si no tengo acceso estoy teniendo una respuesta muy precaria de la ciudad hacia mis necesidades”, acotó. Hay tres grandes desafíos: el uso del tiempo y acceso de servicios de cuidado (vinculado a la división sexual del trabajo); la movilidad y el transporte que es el cómo nos movemos, caminamos, y usamos el transporte público; y finalmente, cómo se vive la violencia de género en el espacio público.
La inseguridad que las mujeres viven en la ciudad limita su autonomía física, a movilizarse, a disfrutar de sus derechos, a la autonomía económica porque limita su capacidad de poder trabajar. “Cuantas veces alguna de nosotras no ha ido a una reunión o a algún lugar donde nos interesa mucho participar porque no tenemos tiempo o porque no tenemos facilidades para llegar”, reflexionó la arquitecta. “Las mujeres evitamos llegar tarde al hogar, evitamos salir de noche, eso es importante tenerlo en cuenta a la hora de elaborar una política pública”, advirtió.
El territorio como actor
En su ponencia la arquitecta planteó que la perspectiva de género es un enfoque transversal que permite abordar los problemas y contribuir a la igualdad de género, tener los mismos derechos y oportunidades para aprovechar por igual el territorio, de ahí la necesidad de visibilizar a las mujeres en la planificación de la ciudad tomando en cuenta su condición y posición, dijo al auditorio integrado por personal profesional y técnico de las dependencias municipales de Desarrollo Social, Desarrollo Económico Local, equipo de rehabilitación del centro histórico, Secretaría de la Mujer y la Familia, el Instituto Municipal de la Juventud, así como la Gerencia de cooperación internacional.
Explicó que la condición de la mujer se refiere a su situación material de la vida, necesidades prácticas de la vida de las mujeres, pobreza, falta de acceso a los servicios, poca disponibilidad del tiempo, necesidades prácticas. Mientras que la posición es la ubicación, el reconocimiento social que se le asigna a la mujer en relación con los hombres ante la sociedad, es la inclusión o exclusión en la toma de decisiones, es la participación política social.
“Las mujeres realizamos la mayor parte del trabajo doméstico no remunerado y de cuidados, somos víctimas de violencia por razones de género, tenemos enormes restricciones en puesto de toma de decisiones y menos acceso a los recursos productivos. Por eso, la planificación que contribuye a la equidad de género es una planificación política inclusiva que debe considerar los puntos de vista de partida y el impacto de las políticas públicas” aseguró.
Muchas veces hay políticas públicas con buena intención pero que impactan negativamente, reflexionó la arquitecta quien compartió que en Chile se hizo un política pública de viviendo masiva que le dio vivienda a más de un millón de personas pero que tras 15 años no contaba con servicios, no había seguridad y las mujeres no pueden salir de sus casas por la inseguridad.
“Hay que monitorear las acciones, no 10 o 20 años después, sino hacer pequeñas investigaciones cualitativas, grupos focales, entrevistas. Una política o una medida que no se mide desde una perspectiva de género están condenadas a no ser sustentable. Es algo que requiere de tiempo y recursos”, cocluyó la arquitecta chilena.